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LA DIFÍCIL SENCILLEZ DE CÉSAR VALLEJO

por: Julio Carmona.

 

Muchas veces hemos escuchado decir que César Vallejo es un poeta de difícil lectura. Y es cierto, pero lo que debiera agregarse, en forma de pregunta como complemento de esa apreciación-: ¿qué poeta no lo es? Cuando damos por hecho que un poeta es sencillo, seguramente nos estamos quedando en el nivel superficial del significado inmediato de las palabras y creemos haberlo comprendido todo, sin haber hecho un esfuerzo por penetrar en los significados profundos que esa aparente sencillez encierra. Como una forma de ilustrar este dilema voy a analizar aquí el poema de Vallejo titulado “Sombrero, abrigo, guantes”, de Poemas humanos, que dice:

 

Enfrente a la Comedia Francesa está el Café

 

de la Regencia; en él hay una pieza

 

recóndita, con una butaca y una mesa.

 

Cuando entro, el polvo inmóvil se ha puesto ya de pie.

 

5  Entre mis labios, hechos de jebe, la pavesa

de un cigarrillo humea, y en el humo se ve

 

dos humos intensivos, el tórax del Café,

 

y en el tórax, un óxido profundo de tristeza.

 

Importa que el otoño se injerte en los otoños,

 

10  importa que el otoño se integre de retoños,

 

la nube de semestres, de pómulos la arruga.

 

Importa oler a loco postulando

 

¡qué cálida es la nieve, qué fugaz la tortuga,

 

el cómo qué sencillo, qué fulminante el cuándo!

 

 

Digamos, en principio, que los dos primeros versos (hasta el punto y coma) no entrañan mayor dificultad; son -hasta, si se quiere- descriptivos del mundo real: dos lugares de París, famosos y conocidos -por difusión cultural: a) “la Comedia Francesa” y b) “el Café de la Regencia”, colocados uno en frente del otro, como representativos de París, es decir, como definidores del Mundo Real. Pero observemos que, después del punto y coma, se pasa de lleno al mundo imaginario, de una manera brusca, se nos habla de: a) “una pieza recóndita” y b) “una butaca y una mesa”, que sólo están en la idea del “Locutor poético” (que es la voz que reemplaza a la del poeta) y éste todavía no nos ha dicho que ha entrado al Café (lo hará recién en el cuarto verso). Pero esos elementos (“pieza recóndita, butaca y mesa”) están ligados íntimamente con el elemento precedente: “Café de la Regencia”, el que, a partir de aquí se convierte en el núcleo fundamental del Mundo Imaginario, y los otros elementos: “pieza recóndita y butaca y mesa”, que constituyen parte de ese mundo imaginario, dan la sensación de soledad y ensimismamiento en que se encuentra inmerso el locutor poético, como si dichos elementos estuvieran puestos ahí, ex profeso, para él, consustanciándose con él. Es decir, aquí se nos da una clave de interpretación: el sujeto humaniza a las cosas y éstas lo cosifican a él. Es decir que el Mundo Imaginario propiamente dicho (el entorno material) se ve incrementado por la presencia del sujeto, el mismo que es absorbido en un hálito de anonimato que lo hace ser coincidente con la vacuidad que enuncia el título: “sombrero, abrigo, guantes”, es decir, no hay hombre: hay ropa vacía que transita por el Mundo Imaginario. Pero, además, hay una construcción que va de lo externo -general- a lo interno -particular-, fusionando los elementos del ambiente con los del sujeto: haciendo, al final, un todo imbricado, indisoluble, y unido por un elemento común: la tristeza.

 

 

Seguidamente, como ya dijimos, el locutor poético, en primera persona (sujeto) enuncia la acción de entrar (al Café de la Regencia) y nos dice percibir que “el polvo inmóvil” (un “sujeto” -por definición- inanimado) se humaniza: se pone de pie. Obviamente, aunque por omisión sugerente, debe entenderse que hay otras personas en el Café -iguales al pocutor poético-, las mismas que permanecen indiferentes ante su entrada: ¡a diferencia de lo que ocurre con el polvo!, lo que viene a ratificar ese proceso de humanización de las cosas y de cosificación de los humanos.

 

En el quinto verso hay dos elementos más: a) los labios del locutor poético, a los que se hace extensivo el proceso de cosificación, puesto que -de manera insólita- se nos dice que no son de carne (como -por lógica- debiera ser) sino de jebe, dándonos una imagen de insensibilidad; y, al mismo tiempo con ellos, con los labios, se puede establecer otra imagen paralela (como entrada que son al interior del hombre) con la imagen de la puerta de ingreso al Café, en tanto -como se ve en el siguiente elemento: b) la pavesa de un cigarrillo- ambos “entradas” -del hombre y del Café- humean; y el cigarrillo, entonces, se presenta como otro símbolo adicional de que si hay algo vivo, actuante, son las cosas: hay pieza, butaca y mesa (pero no hay personas), y hay polvo que se pone de pie, y hay cigarrillo que humea,.

 

En los versos siguientes (séptimo y octavo) el humo del cigarrillo se confunde con el humo del Café (con mayúscula y suman “dos humos intensivos”: el humo del Café, del local cuyo “Tórax” sigue haciendo un paralelo con el humo del cigarro que está en el tórax del sujeto. Y, por supuesto, si somos consecuentes con estas imbricaciones de los “tórax”, tenemos que enlazar la imagen del cigarrillo en los labios del hombre, humeando, paralela a la imagen de la puerta del Café, también humeante, y, por lo tanto, imaginar asimismo el tórax del hombre con “un óxido profundo de tristeza” (imagen ésta a la que habría que agregar el “tórax de la taza” que, por el color del “café” (con minúscula) también satura al conjunto con su “óxido profundo de tristeza”.

 

En el verso noveno hay que destacar el verbo IMPORTA: pues cabe preguntar ¿por qué “importa” que el elemento subsiguiente que lo acompaña: a) “el otoño” (como símbolo de la sociedad) se injerte en el otro elemento b) “los otoños” (como símbolo de los hombres, elementos que conforman a esa sociedad cuyo símbolo, decíamos, es  el otoño)? Y una respuesta rápida puede sugerir que esa importancia busca precisar el interés, la urgencia de que los hombres (otoños) tomen conciencia de su ser social: hijos de la sociedad (vástagos del otoño), dejando de lado su estar individual.

 

Y la misma progresión se sugiere en el verso diez con los siguientes elementos: a) “importa que el otoño”, y b) “se integre de retoños”, es decir, que los hombres (asumiendo conscientemente su ser social) sean verdaderamente “hijos” de su sociedad (otoño): que sientan ser retoños de ese otoño; que no sean partes aisladas sino partes integradas.

 

Y en el verso once, una vez más, se repite la progresión integradora: que el elemento a) “la nube” se integre de b) “semestres”; y que el elemento c) “la arruga” se integre de d) “pómulos”. Y en este caso, se está causando una sensación de ilogicidad, un cierto desquiciamiento, en tanto se relacionan elementos que en la realidad no pueden integrarse: se integre la nube de semestres, y más aún cuando se trata de los elementos c) y d): se integre la arruga de pómulos. Pero, en verdad, se está proponiendo la fusión del todo en la parte (de lo más grande en lo más pequeño: así como veíamos que se pedía en los versos noveno y décimo la compenetración de la sociedad en el individuo), en este caso la nube que es una parte del día ¡deberá integrarse de semestres! que es una acumulación mayor de días. Y lo mismo ocurre con los elementos subsecuentes: los pómulos y la arruga que serían también expresión temporal del hombre: es decir, hay la urgencia de acumular en cada hombre (en cada parte de la humanidad) la mayor cantidad de experiencia (recuérdese la famosa tesis de Marx sobre la “explicación del mundo”), que se traduce en extensión temporal y que debe resumirse en cada parte humana actuante para la “transformación del mundo”. Pero, de otro lado, esa ilogicidad, va preparando la sensación de locura que el locutor poético propondrá en los siguientes versos.

 

El elemento “oler a loco” entra en relación (reiterativa) con el verbo “importa”, que ya ha sido analizado antes, y es pertinente hacer -por nuestra parte- una relación de estos elementos con el Elogio de la locura de Erasmo de Rotrerdam, que vendría a ser el paradigma de esta propuesta vallejiana. Porque la realidad enferma constituye para los “señores del poder” el estado normal de las cosas y lo llaman incluso el “orden” establecido, y, por lo tanto -según ellos-, quienes no están de acuerdo con ese “orden”, con esa realidad enferma, resultan estar locos. Entonces, según Erasmo (y Vallejo) lo que corresponde hacer a quienes ven las cosas de manera diferente, es elogiar la locura, es ser considerado loco. De ahí que a ese loco no se le ocurre otra cosa que postular (pretender) en los versos trece y catorce que se den las siguientes apreciaciones, trastornadas: a) “qué cálida es la nieve”, b) “qué fugaz la tortuga”, c) “qué sencillo el cómo”, y d) “qué fulminante el cuándo”, lo que equivale a decir que el “loco” debe proponer lo contrario de lo que se considera normal y lógico en una sociedad deshumanizada, y, por ende, si los señores del poder dicen que la nieve es fría, el “loco” debe decir que la nieve es cálida; si se piensa que la tortuga es lenta, decir, contrariamente, que es fugaz.

 

 

Porque ello equivale a precisar que si se considera que el hielo de la maldad social es eterno, pues debe decirse que no es así, que puede derretirse, porque en el interior de esa maldad social hay suficiente calor humano que hace cálido al hielo. E igualmente, si se piensa que para ver transformado el mundo tendrán que pasar muchos años, es decir, si se tiene la sensación de que la revolución socialista -que según los principios políticos de Vallejo- avanza de manera muy lenta, pues entonces hay que decir lo contrario: ese cambio será o se hará rápido. Pero, ahí surge la pregunta: Si es así, ¿cómo se hará? Y, entonces -según el locutor poético- resulta que el cómo es sencillo, siempre y cuando se cumpla con esa integración de los retoños del otoño; al asumir el hombre su naturaleza humana, que rechaza el desquiciamiento de este presente enfermo (que es, según la expresión de Marx, la prehistoria de la humanidad), entonces también la otra pregunta que se imponía: ¿cuándo ocurrirá esto? debe obtener la respuesta de que el cuando será fulminante, dándonos, con esa expresión la imagen de lo que es la revolución, porque -también como postula el pensamiento marxista-: en la revolución, varios años se sintetizan en una hora.

 

 
 
 

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